jueves, 22 de abril de 2010

«El avaro», de Molière, por Carlos Manuel Ruiz Jiménez


Molière. Imagen de Wikipedia.

Volvemos al teatro

El próximo jueves día seis de mayo asistiremos a las ocho de la tarde a la representación de El avaro, de Molière, en el teatro María Guerrero.

Jean-Baptiste Poquelin se convierte en Molière
Jean-Baptiste Poquelin, Molière, nació en París en 1622 en el seno de una familia burguesa acomodada. A los 15 años comenzó sus estudios en el colegio de Clermont, uno de los más exclusivos de París, regido por los jesuitas. A ellos debió Molière su formación clásica y humanista, de la que posteriormente se pudo ver influencias en sus obras; Plauto, Heródoto, Terencio… Cultivó también algunas amistades que con el tiempo se convirtieron en personas importantes en la sociedad parisina y le ayudaron en sus momentos más bajos. Estudió Leyes y ejerció durante algún tiempo como ayuda de cámara de Luis XIII. Iba encaminado a heredar de su padre el puesto de maestro tapicero y tapicero ordinario de la Casa Real, sin embargo ni este oficio ni las leyes atraían al joven Jean-Baptiste. Abandonó a los 21 años estos trabajos y su apellido familiar para adoptar el seudónimo de Molière y dedicarse a su verdadera pasión: el teatro. 

Fundó la compañía El Ilustre Teatro con un grupo de amigos y la actriz Madeleine Bèjart, de la que estaba enamorado. La compañía se arruinó y el joven actor, agobiado por las deudas, se tuvo que ver incluso en la cárcel. Dejó la capital y se unió a otro grupo teatral con el que recorrió durante doce años el sur de Francia. Compaginó las labores de actor, director y autor y conoció a la perfección la vida y costumbres de las provincias al mismo tiempo que se afianzaba como dramaturgo. Conocemos de esta época dos farsas breves, Los celos del tartajoso y El médico volante, preludio de lo que iba a ser la temática de sus obras, la crítica social y la sátira de sus contemporáneos. En 1658 escribió El atolondrado, estrenada en Lyon, con la que consiguió su primer éxito. Es una pieza de intriga con influencias de autores italianos y españoles, escrita en versos alejandrinos. De esta primera época es también la obra escrita en prosa Las preciosas ridículas (1659), que disimulado como un retrato de jóvenes provincianas, criticaba duramente las pedanterías y cursilerías de las damas de la corte. Puede considerarse la primera obra del teatro francés moderno. Consiguió con ella la protección del rey de Francia Luis XIV y de su hermano, que autorizó a llamar a su grupo Compañía de Monsieur y a representar en la Sala del Petit Bourbon, comunicada con el Louvre. Molière, ya afincado en París, siguió trabajando incansablemente como actor, director y escritor. En 1660 apareció Sgnarelle y en 1661 Don García de Navarra o el príncipe celoso, ambas sobre el tema de los celos, la segunda, llamada comedia heroica, ambientada en España.

A continuación se suceden éxitos y escándalos que no impiden la concesión por parte de Luis XIV de una pensión anual con la que pudo dedicarse con más intensidad a escribir y a partir del 1663 se estrenaron muchas obras suyas que él mismo dirigía y representaba. Se guardaba para sí los papeles de mayor gestualidad y más caricaturizados. Estas piezas son consideradas hoy en día referentes del teatro universal: El misántropo (1666), El médico a palos (1666), El avaro (1668), Anfitrión (1668), El burgués gentilhombre (1669) y Las mujeres sabias (1672). En 1667 Molière preparó una nueva versión de El Tartufo que fue prohibida por el Presidente del Parlamento francés y el arzobispo de París.

La muerte de Molière y el color amarillo
El 10 de febrero de 1673 se estrenó con gran éxito El enfermo imaginario. En la cuarta representación, el 17 de febrero, Molière, que interpretaba el papel de Argán, el protagonista, sufrió un desvanecimiento y un vómito de sangre. Acabó a duras penas la actuación y fue conducido a su casa. Tomó un poco de pan con queso y se acostó. Tuvo un nuevo vómito de sangre y a las 9 de la noche pidió un sacerdote. Los párrocos de San Eustaquio, la iglesia cercana a su domicilio, se negaron a asistirle; los comediantes en aquella época estaban excomulgados. Esa misma noche murió sin asistencia religiosa. Existe la creencia generalizada de que Molière interpretó su último papel en El enfermo imaginario vestido completamente de amarillo y de ahí ha nacido la superstición de que este color da muy mala suerte en la escena. La mayoría de sus biógrafos no mencionan el color de su vestimenta en su última escena e incluso algunos dicen que podría ser el verde. Vestido de amarillo, de verde o de lo que fuera, lo cierto es que Molière hizo gala de una gran profesionalidad al soportar hasta el final de la representación lo que no eran otra cosa que estertores de muerte. Y cierto es también que las supersticiones, por definición, no precisan comprobación científica, y al menos en España, el color amarillo está asociado a la mala suerte en el mundo del espectáculo.

Molière y los médicos
A partir de 1655 Molière empezó a sufrir los primeros síntomas de una enfermedad respiratoria de carácter crónico que algunos estudiosos consideran asma bronquial y otros tuberculosis pulmonar. Tuvo varias recaídas que le obligaron a guardar reposo y es de suponer que se vio obligado a mantener frecuentes consultas con los médicos. Seguramente entonces empezó a comprobar la escasa eficacia de la medicina del siglo XVII, todavía muy medieval y de prácticas anticuadas. Los doctores de la época se rodeaban de un aura de sabiduría y misterio. Ejercían la profesión con una toga larga de color negro y usaban en su lenguaje muchos términos latinos y cultos que no hacían sino convertir en incomprensibles sus diagnósticos. Se seguían practicando sangrías y, salvo raras ocasiones, la actuación médica era ineficaz. Muchas de las obras de Molière están dedicadas a los galenos y a criticar su inoperancia, petulancia, y falta de franqueza. Don Juan (1665), El amor médico (1665), El médico a palos (1666), El señor de Pourceaugnac (1669) y El enfermo imaginario (1673) son obras en las que los médicos son protagonistas ridiculizados, pero incluso en aquellas en las que no lo son cae en la tentación de la burla. El avaro no es una excepción y podemos leer:
VALERIO.- ¿Bromeas? ¿Es que los médicos saben algo? Vamos, vamos; con ellos puedes tener la enfermedad que te plazca; encontrarán razones para decirte de qué proviene.

Análisis de la obra
L´avare, El avaro, se estrenó en el teatro del Palais-Royal de París, el 9 de septiembre de 1668. Es una obra en prosa en cinco actos, de trama compleja, al más puro estilo de la comedia italiana. Está inspirada en La Aulularia o La comedia de la olla de Plauto. Es un divertido retrato de la avaricia a través del personaje de Harpagón.

Molière consiguió sus mayores logros en su obra en prosa, en la farsa y en la comedia de enredo y de carácter cómico. Conocía la comedia italiana y la española y tuvo influencias de los clásicos, sin embargo supo superar sus reglas dramáticas para conseguir el propósito que siempre quiso para sus obras. En Crítica a la escuela de mujeres por boca del personaje de Urania dice: «Por lo que a mí afecta cuando veo una comedia solamente tengo en cuenta si me agrada; y si con ella me he divertido no inquiero si me he equivocado o si las reglas de Aristóteles me prohibían que riera». 

Las comedias de Molière destacan por la naturalidad de su lenguaje y la espontaneidad de sus diálogos. Su estilo es ágil como si estuviera improvisando en escena. Esta innovación fue criticada por los puristas de su época: La Bruyère, Fénelone…, que no llegaron a apreciar que éste era precisamente el gran mérito de nuestro escritor. El avaro no es una excepción. Es una comedia en la que se parodia a un personaje completamente obsesionado con su dinero y con el miedo a que se lo roben. Tiraniza a sus hijos y les quiere obligar a casarse con personas a las que no aman pero que reportarían beneficios. La trama tiene varios enredos y además de la caricatura del hombre avaro, el amor puede considerarse como tema de la obra así como las relaciones familiares. 

Molière fue un maestro en crear situaciones cómicas en la escena. Utilizó para ello varios recursos. Quid pro quo: confundir una persona por otra o un concepto por otro. Juegos de palabras. Caricaturas, deformaciones llevadas a la extravagancia. Temas en sí mismos cómicos; el anciano que quiere casarse con una joven, los celos excesivos, personajes de la época ridiculizados que el espectador podía reconocer con facilidad. Recurrió frecuentemente a vituperar a médicos y usureros, pero también los vicios de la corte, el aristócrata arruinado, el burgués con ansias de notoriedad, el criado descarado. Describe, al fin, la sociedad de su tiempo en un retrato crítico y muy divertido que nunca cayó en la grosería.

El director: Jorge Lavelli
Esta es una de las obras de Molière que no escribió en verso, lo que para muchos contemporáneos fue una falta de calidad porque se estimaba el verso como el lenguaje culto. La prosa no tenía ese mismo estatuto dentro del gusto de la época. Pero es mucho mejor que haya sido prosa.

Es además una obra en la que se aprecia claramente que llega un momento que necesita definirse si es una comedia o una tragedia. Yo diría que tiene aires tragicómicos. El conflicto entre el padre y los dos hijos es de una tensión extrema. Muchos de los espectadores de su época pensaban que no se podía hablar de esos temas en público en un teatro, entre comillas, noble. Creo que esa particularidad de Molière tenía como fundamento algo parecido a lo que pensaba Lope de Vega cuando escribía sobre la nueva comedia; la comedia podría tener un fondo trágico. La risa se transforma en algo fuerte. Esto es característico de Molière, de ahí su calidad, yo creo. El tiempo no ha sido una barrera en el teatro de Molière que se sigue representando en todo el mundo.

Es la primera vez que hago a Molière pero tengo la misma perspectiva con relación a Shakespeare. Son autores lejanos uno de otro pero tiene en común el aporte de una sensibilidad, de un humor sobre la sociedad de su tiempo. De manera que no voy a estudiar a Molière a través de la forma sino privilegiando el fondo.

Yo he partido de la idea de arquitectura que es el teatro y la idea del espacio vacío, puro, virgen y cómo llenar ese espacio sin que eso sea una imagen fija, un contexto que determine un detalle. Lo mío es un dispositivo escénico. 

La luz va a venir para completar una situación u otra dando más carácter a lo que puede ser un primer plano y creando climas. Servirse de todos estos elementos es importante y siempre evito lo que es puramente decorativo. Hay muy pocos objetos en mis puestas en escena y en esta igualmente, pero los pocos que hay tienen una función especial. A menudo un objeto puede condicionar un cierto clima que se desprende del juego de los actores. El objeto puede aportar una argumentación que es tan fuerte como un discurso.

La música es un elemento fundamental. Hemos pedido a Zygmunt Krauze su colaboración. Trabajo con él desde hace más de 20 años. Es uno de los raros músicos que conozco que es capaz de escribir para el teatro, no para rellenar un espacio sino para hacer una intervención que tenga un sentido dramático. Le he pedido una melodía particular para este espectáculo, una especie de leiv motive, muy simple. Él ha escrito una melodía verdaderamente muy atractiva. Hay otras intervenciones musicales que forman parte del ambiente de ciertas situaciones y algunos sonidos que he ido introduciendo en los ensayos. No son muchos pero tienen un sentido en la representación.